19/1/14

Hija de la Luna

El Sol, celoso de la Luna, no brilla tanto como ella aquella noche en la que lo olvidó todo, todo, excepto sentir. 

No sabía quién era él, pero conocía sus ojos, esa mirada animal, sabía lo que le pedía y ella quería obedecerlo. No quería, no, no era un querer, sino un deber, como el león que mata por comida, como el antílope que corre por sobrevivir. ¿Quién era esta vez la presa, quién era el depredador? Ella, hermosa como la más perfecta de las rosas, dulce, de sus rojos desprendía sensualidad, pero peligrosa y dañina, como espinas. Él. Eso era todo, él.

No hubo un 'Hola, ¿qué tal?. Banal.No hubo un 'Qué buena estás, nena'. Nada. 

Curioso, quizá, pero no hacían falta palabras, ni nombres. Los animales no los necesitan.
El leve contacto de sus dedos por la nuca de ella fue suficiente para desearla contra la pared. Salieron del local, normal, no se miraron, no hablaron en el trayecto. Dejaron que la tensión aumentara, que el calor de una noche de agosto los arropara, sofocante. Ésto reflejado en el bulto de él, fue la perdición de ella. ¿Llevaba ropa interior? No lo recordaba, pero eso ahora daba igual.
El ascensor. Suplicio divino. Hombros rozándose, el sudor caía por su escote, una gota solitaria y traviesa que cumplía las más ardientes fantasías de él.

*Ding*

Era su piso. La cogió de la muñeca, su delicada perfección lo condenaba a cada paso que daban, la puerta cada vez más lejana. Más cercana. Abrió, ella entró, lo miró, sonrió. La Luna la acompañaba. Una copa a medias se derramó cuando él se abalanzó hacia ella. El sabor del cava todavía en sus lenguas, las burbujas danzaban de una boca a otra. Lujuria desmesurada. Las manos de él castigando la extrema perfección de sus pezones, las de ella enredándose entre sus cabellos carbón. La bella y la bestia. 

No iba desnuda, el vestido por el suelo, la saliva era un falso disfraz para ocultar su desnudez. La banda sonora de sus gemidos inundaba la habitación, quejidos por el maltrato de sus tetas que pedían más. Ella siempre pedía más. Hija de la noche. Él era un esclavo a sus más ardientes órdenes, loco por la melodía que de su más profundo ser emanaba. La presa. 

Contaría lo que en aquella habitación sucedió, pero no. Eran cómplices, sus sexos hablaron por ellos. Sólo la Luna sabe qué ocurrió. Ni las mentes más sucias podrían llegar a intuir lo que ellos sintieron. Ellos. Ella, era la más puta de las doncellas, tan perfecta, tan encantadora. Él, un cabrón, ardiente y posesivo, que se sumergió en su dulzura. 

La mañana llegó, y nada más se supo. El Sol la arrebató de sus brazos, porque ella era hija de la Luna.