9/3/11

Inconsciente.

Andaba por un verde prado, descalza, notando el tacto del césped bajo las plantas de mis pies, me hacía cosquillas y reía. En ese momento era todo lo que deseaba, reír.
Empecé a correr, gritando, sintiéndome libre, sin ningún rumbo fijo, solo correr por correr, notando el azote del viento en la piel desnuda de mi cara, cuando me di cuenta de que no sabía donde estaba. Todo lo que podía ver  era aquel verde prado y el azul del cielo; sin nubes, ni flores, ni siquiera una pequeña piedra, y conforme avanzaba yo, lo hacía el paisaje. Entonces, lo que unos momentos antes me había parecido la libertad, ahora me parecía una cárcel, una cárcel de la que no podía salir, en la que no podría hallar ayuda ni consuelo de nadie. Una sensación de miedo y agobio empezó a apoderarse de mí, dejando mi sentido racional encerrado en un diminuto rincón de mi cerebro. Me senté en el césped, esperando, no sé cómo a que algo o alguien pasara por allí. Pasaron los minutos, las horas, pero nada cambió de lugar en aquel sitio, ni siquiera el Sol se movió.
Me tumbé, esperando así, que el sueño inundara mi ser, dejándome por fin ajena a lo que pudiera suceder.

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